jueves, 1 de marzo de 2007

La campanilla. Una historia real sobre el poder de la mente.


























Dichosa campanilla. Tu sonido enamora, pero a veces puede aterrar. Aviso de boda, bautizo y oración, señal de rito mortuorio, santas compaña y ataque enemigo. Un elemento que tristemente tiende a desaparecer, para ser suplantado por el sonido de una grabación.

Sin embargo , las grandes campanas han sido sustituídas por campanillas de mano. Y como no podría ser de otro modo, pusimos una en la puerta de nuestra casa. Los días de viento la escuchamos golpear al badajo, haciendo un ruído alarmante, como si nos quisiese avisar del temporal.

Sin embargo... hoy por la noche estábamos cenando y empezó a sonar. Me asomé por la ventana y no corría un pelo de aire. Teniendo en cuenta que para acceder a ella hay que saltar una verja de dos metros, no es que sea precisamente un sonido que me alegre escuchar, ni mucho menos.

Ting...

Ting...

Me levanto y camino decidido a la puerta, dudando entre abrirla de par en par o mirar antes por la mirilla. Desde luego es más inteligente ampararse en la seguridad de la puerta, pero pensándolo bien... imaginaos que miráis por la mirilla y os encontráis allí algo que no queréis ver, una persona de aspecto desagradable, o peor aún, un ojo al otro lado, pero no un ojo normal, un ojo negro, oscuro y muerto, un ojo que llama a tu puerta para reclamar algo que hay dentro, algo que es de tu posesión, que forma parte de tu vida. Algo vivo.

A pesar de todo, levanto la tapa de la mirilla y con un nudo en la garganta miro.

Nada.

Y sin embargo ahí está, sin aire, sin que se perciba movimiento en la campana o el badajo, pero sonando.

Ting...

Ting...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Menudo escalofrío...yo de vosotros quitaba la campanilla;-)

Quién sabe...a lo mejor tiene vida propia

jeje

Feliz fin de semana!

SyL dijo...

Que miedo, la verdad sí... pero siempre tiene ese gustillo a curiosidad. Estoy segura de que si tuviera yo aquella campanilla...miraría con la misma intención que tú.


cariños!


Syl